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Un dia cualquiera

Un dia cualquiera Señores, señoras, aquí me tienen de nuevo, tras un breve paréntesis, para comunicarles a ustedes vosotras mis sensaciones y percepiciones de eso que nos rodea y que solemos llamar la vida. Como lo que me rodea a mi no es como para dar saltos de alegría le llamo la vidilla, la Preysler, seguramente, le llamaría la vidorra, claro, pero por desgracia a mi no me ha tocado en esta reencarnación ser la Preysler, pero que conste en acta que en la próxima me lo he pedido yo primero.
Bueno...el ánimo humano es una cosa cambiante, como el tiempo, eso es sabido. Dirán ustedes: anda que vuelve lista la tia esta, ha descubierto el hilo negro. Pues si, señores, me reafirmo, el ánimo humano es cambiante, como los machistas italianos dijeron en su día de la donna, que era movile, como si fuera una moto de esas de poco pelo. Una se levanta por la mañana por aquello de que no puede hacerlo a media tarde, insisto, no soy la Preysler, con la legaña pegada, los pelos de punta, el aliento fétido y la vejiga llena. Se dirige al wáter, se sienta tras despojarse de la ropa que cubre la parte baja del cuerpo de una, se duerme con los ojos abiertos y fijos en los azulejos de enfrente de sus narices y se va desperatando a la vida y piensa: qué malísima que estoy, llamaré a una ambulancia y mientras vienen me acostaré cinco minutitos. Como para llamar a la ambulancia hay que buscar el teléfono y eso es un esfuerzo excesivo en ese momento del día, una, decide tirar para delante con su enfermedad desconocida por la clase médica pero crónica y seguramente terminal y dolorosísima que, de momento, va mejorando con el pasar de los minutos. Una piensa: Si supieran lo malísima que estoy y el esfuerzo titánico que me supone ahora mismo estar de pie...llorarían, seguro. Y una se imagina su propio velatorio, con todos los familiares y amigos llorando ante su ataúd, desolados, diciendo aquello de:fíjate, la pobre y no la hicimos núnca ni caso, y mira que lo venía diciendo desde hace lo menos 64 años. Bueno, una vez cumplido el rito de imaginarse el deceso propio y la reacción de todos sus allegados, una se da cuenta de que ya se le ha vuelto a dormir una pierna por la postura adoptada en el wáter y tras hacerse en la misma una cruz con saliva, (método infalible enseñado por la abuela de una para hacer despertar el miembro), una, digo, se dirige a la cocina mientras enciende un cigarro, la luz, la radio, la vitrocerámica y el rabo de la perra que pasaba en ese momento al lado de una. Como poner una cafetera a esas horas de la madrugada es sumamente costoso, una calienta agua y se mete una bolsa de té en la boca y antes de que se caliente demasiado el agua del cazo se da un buchito, y menea la cabeza, lo que, logicamente, provoca unas bascas espantosas que hacen escupir la bolsa y el buchito de agua en el fregadero aledaño y una vuelve a pensar: lo dicho, esto es crónico y hepático. Como la luz hace que se vayan desarrollando dentro de nuestro cerebro unos neurotransmisores que se llaman endorfinas y una lo ha leido en la hoja parroquial, una, coloca los ojos justo debajo del fluorescente de la cocina para hacer que las dichas sustancias cerebrales vayan aumentando y así, aunque sea precariamente, poder seguir arrastrando la vil existencia que le ha tocado en suerte. Una se dirige de nuevo a su dormitorio, abre la ventana para que se oreen las sábanas, (ya se sabe que no es de gente decente hacer la cama caliente) y se vuelve a ir al baño donde suelta el agua de la ducha para que salga caliente y no ofenda con su temperatura la salud ya débil de por si de una. La gran mayoría de los días una se mete en la ducha completamente desnuda, y digo la mayoría de los días, ya que alguna vez la luz fluorescente no ha cumplido su cometido como debería y confieso que me he pescado a mi misma con una piel rarísima con tacto pijamil lo que ha causado gran inquietud dando lugar a la ansiedad generada por la sensación de que me había convertido en el hombre elefante. No entro en detalles de los distintos rituales empleados en mi higiene diaria, más que nada por recato y maledicencia, ya que no carecen de interés en absoluto, pero eso lo reservo para mi misma y mi parte incógnita, que siempre es seductor tener una parte incógnita,¿no?.
Procedo después al secado y concluido este con éxito más bien regular, me dirijo a lavarme los dientes, momento en el que, oh, me toca enfrentarme a mi propia imagen por primera vez en el día. Aclaro a ustedes que yo me lavo el pelo a diario y que en ese momento del dentiluvio y la imagen espejil tengo exactamente los mismos pelos que si hubiera metido los dedos en el enchufe. Me miro, me espanto, lloro, suplico perdón, me arrodillo y...entonces me doy cuenta de que soy yo la que se refleja en el cuel cristal azogado enfrente mismo de mi y me atuso los pelos, cojo a continuación un peine y me hago la raya igualito que si fuera un niño y me fueran a dar las mieles celestiales de la primera Comunión. Oh momento místico en el que siempre indefectiblemente canto: Qué bonitaaaaa que es mi niñaaaaaaa y tiene tanto salerooooooooo, que le da el agua bendita, ta, ta, ta, un angelito del cieloooooo, un angelito deeeel, sielo. (El segundo cielo me sale muy andaluz y lo hago con s que tiene mucho más "age"). Es el momento de tomar el colutorio para blanquear la piñata dental antiguo pero eficaz y que tiene por nombre Dientelourdes, y que tiene el mismo sabor que las bolas de naftalina que ponía mi abuela en el armario de la ropa de invierno. Provocada la naúsea gracias al colutorio, procedo a cepillarme los dientes agregando al cepillo una pasta llamada Encíasangrantes, que tiene como fín, a más de limpiar, provocar tal enrojecimiento en las encías que por contra los dientes parecen blanquísimos, aunque el que se los lave sea un tigre malayo, que como todo el mundo sabe tienen los dientes más amarillos del mundo. Una vez llevadas a cabo las labores higiénicas procedo a aplicar las cremas cosméticas corporales. Comienzo por una crema anticelulítica, reputadísima, que me cuesta un verdadero riñón y que provoca gracias al efecto calor el rejuvenecimiento milagroso y antimórbido en mis caderas, vientre, estómago, muslos, brazos y orejas. La crema se llama Lucifersealíaconlamujer y provoca unos sofocos dignos de una reunión de Avonllama de menopaúsicas en agosto. Una vez masajeado el cuerpo procedo a untarme una crema para manos, pies y piernas que se llama Pieldeangelconacné y que me deja las zonas más secas de mi cuerpo con el mismo tacto que una torrija de semana santa, o sea, maravillosamente hidratado. Me dirijo entonces al dormitorio, hecho para atrás las sábanas y saco de entre ellas dos libros, una revista, un cd, la estampa de san Judas Tadeo, una bolsa vacía de pistachos, las cáscaras de los pistachos que contenía la bolsa anterior, una botella de colonia de litro, unos calcetines de lana gordísimos que me compré en el Himalaya y que me pongo al meterme en la cama, un bote de vicks vaporoub, un gato disecado y una mantita de franela de cuando nací que me hace mucha compañía. Hago la cama. Cierro la ventana. Me dirijo de nuevo al baño y procedo a pintarme los ojos, ya que, no les he comentado a ustedes que yo, normalmente, por la mañana no tengo ojos y debo repintármelos todos los días para salir a la calle, eso o adscribirme a la once, claro, y en la duda me parece menos molesto aplicar el eyeliner, el rimmel e incluso algo de lápiz marrón que me dé forma a los párpados también desaparecidos durante la noche anterior. Procedo después a elegir la vestimenta que cubrirá mis formas de diosa griega y los zapatos a juego. Me visto, me calzo, cambio las cosas de un bolso a otro más adecuado con la ropa y calzado. Me dirijo de nuevo a la cocina y por el camino me veo en el espejo del pasillo, qué horror, ¿vas a ir así, mari Pili?, no, ni hablar, vuelvo a mi habitación, me cambio completamente de ropa, calzado y bolso y ya presa de los nervios me interno por fín en la cocina donde le doy dos bocados a un kiwi sin pelar, bebo zumo de un envase de mahonesa y me tomo la pastilla de vitaminas de la marca Tirapalanteesclava, y me largo a la calle a la carrera tendida, donde, oh, amigos mios, me esperan nuevas, interesantísimas y maravillosas aventuras que ya tendré ocasión de contarles. Quedo suya affma. Como siempre les recomiendo que sean buenos y temerosos de Dios. Un cordial saludo.

6 comentarios

Thryss -

por cierto la foto un puntazo...

Trhyss -

Normal que sientas envidia de mi Woman Star of the Blog...ella se levanta fantástica,duerme con redecilla de pelo de cactus y se cuelga de una percha boca abajo...por la mañana dá un brinco y el pelo le queda hueco,las bolsas de los ojos las pone juntas bajo el parche y camina con glamour bañado en chocolate, claro qeu de casta le viene al galgo...yo le enseñe todos mis trucos y ella se apaña.
No quiero ni imaginar como acabaras el día...

Contestación a Oz de la autora -

Querido Oz, solamente te digo que en mi casa, al verme, desde muy niña, siempre se pronunció la frase: ¿Persona, animal o cosa?. Un cordial.

Oz reprende -

El que decía que la donna è mobile, era don Víctor Hugo, luego le parafraseó Arrigo Boito para Verdi, no al revés, oiga.
Su abuela de usted podía haberle enseñado mejores maneras de revivir un miembro que hacerle la señal de la cruz....
Tal como te describes yo me pregunto... ¿por qué te dejamos estar entre las personas, eh?
Debemos ser benévolos...

Manuela -

Jajajajajajajajaja.
Joder, yo no me acuerdo de qué hago cuando me echa Oz de la cama.
Sólo sé que llego al merca y Joaquín o Vicente me ponen un café delante. Después de bebérmeo es cuando acude ese primer pensamiento ¿me he peinado?

Gatopardo -

A estas horas con las carcajadas se han levantado todos los gatos a ver qué pasa.
El crescendo es de primera.
Anda: no seas borde, firma, aunque sea con el apodo.